Mamá he dejado de ser virgen
No es habitual que con 40 años se pierda la virginidad, menos que se lo cuentes a alguien, y mucho menos que se lo cuentes a tu madre y ya el colmo que encima ella sea testigo. El caso es que este verano, el día 11 de agosto dejé de ser virgen en el mundo del triatlón y sentí un enorme placer.
Esta idea de correr un triatlón se remonta a mi época estudiantil. Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché el término Triatlón. Fue en los comienzos de una gran tienda de atletismo, en Bikila. Yo estaba en 2º de BUP y acudí a esa tienda que acababa de abrir mi profesor de geografía-historia (no me considero pelota por si hay algún mal pensado, sigo yendo a esa tienda) y me enseñó unas zapatillas, unas Saukony y me dijo: “Son las Zapatillas que utiliza un gran triatleta, el que ha ganado el último Ironman de Hawai”. Inmediatamente los ojos me saltaron y resonó en mi cabeza como si hubiera eco “triatleta, triatleta,…” “Ironman, ironman,..” no entendía a que se refería con esos términos que me llamarón la atención. Isidro, como buen profesor, no dudó en aleccionarme y me explicaba con cierta admiración en qué consistía un triatlón. Ya lo tenía claro, quería las zapatillas de los hombres de hierro, cuando me las probé, me dio la sensación de ser las mejores zapatillas del mundo. “No hay otras, pero si estas las llevan los hombres de hierro, si hubiera otras mejores las utilizarían”, pensaba mientras oía a lo lejos a mi querido profesor Isidro con su magistral explicación.
Años han pasado ya de eso, y siempre viendo mininoticias en los periódicos deportivos o escuchando esos 2-3 como mucho 4 segundos de gloria para algún triatleta en las noticias del telediario. Siempre con el run-run en mi cabeza, “triatlón, triatleta, ironman,…” comencé a correr carreras populares, pertenecía a un club de ciclismo, me hice socorrista, todo iba encaminado sin ser muy consciente de ello.
Pero en el 2009 sucedió algo imprevisible, conocí a la que al año siguiente sería mi mujer. El apoyo y el estímulo para estar en forma, para entrenar y entrenar con ella ha sido fundamental para poder practicar con más ilusión e intensidad mis deportes y no sé muy bien cómo en el 2011 me vi haciendo mi primer duatlón. No os lo podeis imaginar cómo disfruté. Duatlon de Cantimpalos, agosto-2011, yo llegaba de un invierno de preparativos de boda, de viaje de novios y al llegar a entrenar. Total 170 km en bici (una bici de 30 años) y no llegaba a un mes corriendo. Así llegué a mi primer duatlón, y lo terminé, claro que el sexto por la cola.
En octubre, en mi cumpleaños, mi mujer me regala una bici, una G-5 y aluciné. Comencé a entrenar bici, carrera a pie, algo de gimnasio y en este año 2012 me federé y corrí algún duatlón más. Finalmente vi que se celebraba un triatlón el 11 de agosto en Riaza, me surgieron dudas ¿sería capaz? ¿estaba preparado? ¿Cómo podría hacerlo sin entrenar la natación a falta de un mes? Pero lo peor era que mi mujer no estaría presente. Ella me ha acompañado a todas mis carreras. He sentido su aliento en cada paso, he oído sus gritos de ánimo en cada esquina de cada carrera que participaba y ahora no contaba con ella ¿cómo podría hacerlo? Finalmente me animé y participé.
Realmente una locura, el triatlón es de lo mejor. Que sensaciones, que ambiente, que nervios,…
Allí me presenté el día anterior, en Riaza estaba con mi hija de 7 años. Creo sinceramente que hay cosas en el ser humano que sin querer se transmite y se contagia. No sé quien estaba más nervioso, si ella o yo, pero para mí es mágico compartir esos momentos con alguien a quien quieres. Novato yo, se me olvidó el casco, cosas que pasan. Me dejaron entrar con mi hija María a la T-1 para dejar la bici, vio conmigo donde y como la dejaba y me preguntaba cosas ¿y cuando coges la bici? ¿pero si estarás mojado papá? ¿a ver si te vas a poner malo? Le enseñé el embalse por donde subiríamos del embalse para llegar a coger la bici, tocamos el agua y le miré y para asegurarme le pregunté cómo experta ¿está bien verdad? ¿no está fría? “No papá, está bien, puedes bañarte sin el traje”
¿El traje, que hacer? Me habían dejado un traje, Eduardo (Soluciones deportivas) y no sabía si utilizarlo o no. Pero dos días antes recibí el consejo de dos buenos amigos y expertos en la materia. Uno de ellos fue el propio Eduardo, el otro el gran José Almagro. “No lo dudes, el neopreno siempre”
Y llegó el día. Me presenté con mis dudas, con mis miedos y en cuestión de nada me vi en el agua con un amiguete, que también era virgen, esperando el bocinazo de salida. Y sonó y salí.
Comencé a nadar, despacio, no quería cansarme con la actividad que no había entrenado. Enseguida cogí un ritmo cómodo para mí. Parecía que todo iba bien, recordaba algún consejo, “intenta no tragar agua, puedes sentirte mal luego de la tripa”, controlaba la respiración, cada giro de cabeza, cada brazada. Recordaba que había pedido consejo a mis sobrinas de cómo nadar pues ellas están federadas y compiten en natación. Intentaba que mi técnica fuera correcta, cuando noté un golpe y otro, me daban codazos, patadas y no sé qué más. Me paré y miré a mi alrededor, todo el mundo nadando y me dije “a seguir”. Instantes después di yo un golpe y me paré nuevamente a disculparme, pero volvía ver que todo el mundo nadaba y seguí nadando, a mi ritmo, tranquilo con mi respiración, mis brazadas,… en dos momentos nadé a braza para descansar un poco, para orientarme con las bollas y para ver cuánto me quedaba. A falta de 300-400 metros vi como una sirena me pasaba “volando” llegaban las chicas a toda pastilla y eso que habían salido 2 minutos después. No pasa nada Alberto, tu a tu ritmo y otra chica y otra, bueno, unas cuantas. Finalmente llegué a la T-1. Me quité el neoprenos más rápido de lo esperado y salí corriendo con mi bici.
En la salida de la T-1 me pasó una cosa desconcertante para mí, novato. Fui a montar en bici y llegó un juez y gritándome me dice, “aquí no, aquí no,…” yo había llegado hasta donde terminaba la alfombra y pensé que allí podría montar, de hecho el que iba delante se montó justo delante de mí, mientras que yo lo intentaba. Levanté la mirada para ver alguna indicación de donde podía montar y no veía nada. Tan sólo oía al juez “aquí no, aquí no” gritando delante de mí, parado y sin montar vi a algún aficionado señalar más adelante y de repente oigo al juez decir mi dorsal y unas palabras que me llegaron al alma “tarjeta amarilla” y encima lo dijo dos veces. No entendía nada, avancé dos metros cuando el compañero que estaba delante se fue y vi las indicaciones, me subí a mi bici y me dije “a darle duro en bici”. Me daba igual la tarjeta amarilla, es más incluso a día de hoy no sé qué significó. No creo que fuera nada relevante, pues llegué a la T-2 en la posición 130.
La bici comenzó genial, bajaba hacia Riaza como una bala, adelantaba a mucha gente, incluso a mi amiguete. A 2 km de Riaza y al adelantar a una triatleta se nos cruzó por dos veces una vaca y en la segunda casi me estampo contra su lomo. Fue un par de segundos de mucha tensión. Me metí en el acople y le di fuerte, muy fuerte hasta Riaza. El trayecto en bici era con continuas subidas y bajadas comenzaba a hacer un calor intenso y poco a poco veía que las fuerzas no iban como yo quería. Había adelantado a muchos, pero también me adelantaban. Vi como un compañero en una bajada, cuando él iba ya de vuelta, se salía en una curva y sufría un accidente. Me quedé mirando y vi como se levantaba con lo que continué. Llegué cansado a la T-2, hice una transición muy rápida y salí corriendo. Ya estaba en el último sector, tan sólo me quedaban 6 km a pie. Llegué en posición 96.
Si, sólo 6 km a pie, ya llegaba, ya me quedaba poco, pensaba que iba a terminar, esto estaba chupado, no me sentía mal. Pero a los 500 metros algo no iba bien, no encontraba el ritmo y a mis piernas tampoco, no sé donde se habían metido. Sabía que podía hacer ritmos de 4:20-4:30 por los duatlones previos, pero no, no iba a estos ritmos, no sé que me pasaba. Miraba mis piernas y comprobé que las tenía, pero no me obedecían, que no podían dar una zancada más eficaz, más rápida, más larga. El grupo que salió delante de mí de la T-2, al que pensaba dar caza, inexplicablemente se me iba a una velocidad que no comprendía. Llevaba tan solo 500 metros y me parecía que iba a mitad de una maratón. Como lo que si me funcionaba era la cabeza, me dije “Alberto, a ritmo, a ritmo, al ritmo que te permitan las piernas sin más” y así fue. Salimos de Riaza y por los caminos, poco a poco me fui encontrando mejor. Pero cuando llevaba más o menos 2 km algo fallaba nuevamente, tenía la boca seca, necesitaba agua, disminuí nuevamente el ritmo y vi el avituallamiento. Cuando me faltaban unos 10 metros les grité a los voluntarios: “Gracias, gracias, sois mi salvación,…me voy a emborrachar de agua” cogí dos botellas, con una fui capaz de ducharme, y con la otra en fui bebiendo pequeños tragos hasta estar satisfecho. Volví a coger ritmo, cada vez un poco mejor y llegué feliz a la meta, en la posición 100. Contento muy contento, eufórico y pensando ¡Cuando hay otro triatlón!
Esta vez mi mujer no me esperaba en la meta, pero sentí su ánimo en todo momento. Si que estuvieron mis tíos, mis hijas, mi hermana Raquel y mi madre. Al ver a mi madre le dije “mama, ya no soy virgen, ya he terminado mi primer triatlón” Sólo lamento que en el momento de perder mi virginidad, no estuviera mi mujer.
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